Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

25

Ahí estaba yo, sentado en una silla reclinable hablando de mis alucinaciones y mi vida privada con una completa, pero bella extraña.

Creo que después de unos días sin contacto con una mujer mi libido estaba a su máxima expresión y me sentía tranquilo mirándole sus piernas y sus ojos profundos.

Me escuchaba con cierta familiaridad.

– Va usted a creer que estoy loco.

– No necesariamente. Su mente respondió a una situación extrema de esa manera.

Mientras platicaba con la psicóloga de la penitenciaría pude recordar más detalles de aquel extraño suceso. Ella me habló de chamanismo, del yo interior y animales de poder, cosas que en realidad no entendía mucho.

Pero me cae que esta mujer se hubiera llevado rete bien con el Nagual.

– ¿Pero me dice que existe ese tal Nagual?

– Si. El mismo me ha dicho que es un chamán, pero ya ve como es la raza, le pusieron el Nagual y es mejor conocido así. Es medio indigente o más bien excéntrico y no muy sociable.

– ¿Y él le dijo que se había metido en su subconsciente? – la pregunta de la psicologa llevaba un interés especial. Aunque no se mucho de evaluaciones o psicoanálisis que hacen a los detenidos, pero lo que si se es que mi analista ya estaba más interesada en el Nagual que en analizarme.

– Bueno es que él me ha dicho que es mi guardián espiritual. No vaya usted a pensar que le creo mucho, pero eso me dice. Alega que mi energía es quien lo llama en momentos difíciles. Como éste.  

– Tiene suerte en conocerlo.

– Me gustaría presentárselo preciosa, pero por el momento no creo que pueda ir muy lejos de aquí.

Soltó la risa.

– Creo que es más linda cuando se ríe. ¿Cómo me dijo que se llama?

– Aída –contestó a secas, pero no pudo ocultar la sonrojada que se dió con el piropo que le lance.

– ¿Usted ha de creer que estoy bien tumbado del burro?

– ¿Tumbado del burro?

– Bueno preciosa, me refiero a loco de remate –insistí. 

–  Ya le digo que no, la mente humana tiene mil caminos. Usted reaccionó de una manera distinta. Intentaba ocultarse y se trasladó a un lugar donde le gustaría estar acompañado de su animal de poder.

– Pero no me hables de usted linda. Me llamó Javier o dime Calavera como me dicen mis amigos. A decir verdad no entiendo mucho eso de animal de poder.

– El lobo blanco –respondió.

– Ahora tú vas a decir que estoy loca –dijo y luego volvió a reír.

– Bueno preciosa por lo menos estamos progresando, ya por lo menos me hablaste de tú.

– Sabes Calavera, esa experiencia en particular me parece sumamente interesante. Lo que no me explico es ¿cómo alguien que tiene un guía espiritual cayó aquí?

– Ya te dije que me pusieron una trampa. No mate al periodista. ¿No me crees verdad?

Ahora fue ella la desconcertada.

– Bueno en realidad mi función no es creerte o no. Debo evaluar tu salud mental y eso hago.

– Te veo y me recuerdas a una amiga. Ella también era muy perceptiva y le gustaban todas esas cosas de las que hablaste: animales de poder y todo eso de los caminos de la mente y el interior. Y mira lo que son las cosas, en parte por ella estoy metido en este lío.

Por un instante la psicóloga se quedó en silencio y con la mirada perdida en la nada.

– ¿Qué pasa Aída? ¿Dije algo malo?

– No para nada, es sólo que nunca he creído en las casualidades y esto que me acabas de decir me puso a pensar.

– Que lástima que no puedo invitarte a salir.

No cabe duda que la risa es la medicina del alma, porque en ese momento me sentía aliviado –estaba en tu destino conocerme, como diría mi amiga.

– ¿Y dónde está esa amiga?

– Desaparecida. La secuestraron hace unas semanas y nadie sabe nada de ella.

Aída notó mi recaída y trató de reconfortarme. Se levantó de su silla y me tomó por los hombros para tratar de reanimarme.

El encierro me estaba poniendo nostálgico. Tenía unos días sin saber de nadie que no fuera el Lic de la O.

Recién me habían trasladado a la Peni, y tampoco había tenido mucho contacto con los otros internos.

– ¿Y por qué dices que por ella estas aquí?

– Es muy largo de contar, pero estuve investigando y parece ser que el reportero muerto junto con otros mañosos la levantaron. Por eso trataba de detenerlo cuando lo ejecutaron. El resto ya lo sabes.

No tuvo palabras para responder.  

Un par de custodios irrumpieron de pronto. A uno de ellos ya lo conocía, pero el otro era un novato con aires de vengador y fue el que me pegó el primer empujón.

– Ya se te acabó tu tiempo ¡¿Que no escuchaste?!

Aída decidió intervenir al ver el comportamiento de este custodio, y le dijo que no era necesaria la violencia.

– El Comandante te quiere ver Calavera –intervino el guardia que me conocía.

Cervantes, un viejo conocido mío, era el Comandante de los celadores, pero no habíamos tenido oportunidad de platicar.

Los custodios me llevaron hasta su oficina.

Uno nunca sabe que esperar en este tipo de situaciones, así que me mantuve de pie hasta que habló.

Su primera instrucción para sus subordinados para que nos dejaran solos.

– Siéntate Calavera con confianza. La verdad me desconcierta reencontrarte de este modo.

– Que te puedo decir, a mi también.

– Siempre he dicho que nosotros que vivimos de todo esto, estamos en una delgada línea, la cual se rompe y nos lleva la chingada gacho.

Encendió un cigarrillo y me ofreció. Quizás en otro momento lo hubiera rechazado, pero se lo acepté.

– A pesar de que todos sabemos que nos puede pasar, es difícil afrontarlo.

En la cara de Cervantes podía percibirse cierta incomodidad. Como que el bato no se animaba mucho a tocar a fondo el tema. Y es natural, como cuando vas a un velorio, aunque te mueres por preguntar como falleció el difuntito mejor te callas el hocico y das el pésame.

– Está canijo –dijo nomás por no dejar.

– Creo que sobra decirte que soy inocente.

– La noticia de tu detención levantó revuelo, incluso por acá.

– No sabía que fuera tan famoso.

– Eres un buen policía –de pronto Cervantes hizo mutis, como si hubiera cometido un error –varios reos llegaron aquí por tu buen trabajo.

– Como el de cualquier policía.

– Bueno si, pero ahora mi preocupación eres tú. Como podrás haberte dado cuenta estabas en una celda aislada, pero me están presionando mucho, tu sabes…

– No soy un niño maleducado Cervantes. Tengo los huevos bien puestos así que no te preocupes por mí.

– Es que tu seguridad es mi responsabilidad.

– Como la de cualquier otro preso. No te voy a exigir tratos especiales. La verdad espero no tener la necesidad de hacerlo por mucho tiempo. Creo que la razón está de mi lado y por eso voy a salir libre pronto.

La conversación terminó. Cervantes no era un hombre de muchas palabras, además ya tenía lista mi nueva celda.

Los mismos custodios que me sacaron de la oficina de la psicóloga fueron los encargados de trasladarme a mi nueva celda, que de nueva no tenía nada y lo único diferente era un mono que tendría por compañero.

Un enclenque sujeto encorvado, moreno y medio lampiño con un insipiente bigote en las esquinas de los labios y una barba aguamielera que apenas rodeaba su barbilla.

Cuando me instalé, apenas y asomó su cabeza desde su colchón sin tomarse la molestia de saludarme.

Al ver sus grandes ojos negros llenos de rencor, supe que no podría dormir tranquilo. Tuve la sensación de que ya lo conocía, no recordaba muy bien de dónde, pero seguro no era de la universidad o la preparatoria.

Como diría a mi compa el Nagual: lo mejor era cuidarme el pescuezo, y no bajar la guardia.  

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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