Luis Alberto Serrano
luisalbertoserrano.wordpress.com
@luisalserrano
La vida es un libro abierto en el que sólo aprendes si sabes leer. No todo el mundo se detiene en los detalles para sacar lo mejor de ellos. Se lo repito siempre a mis alumnos y cumplo sirviendo de ejemplo. Esta semana me he dado a mi mismo una lección de vida. Ya la sabía, pero muchas veces tenemos que refrescar la memoria para que no se nos olviden nuestras auto-normas.
Les pongo en antecedentes, para toda la gente que me lee fuera de España. Desde hace unos meses hago unas caminatas que me ayudan en el equilibrio emocional tras los confinamientos. Con mis amigos Eugenio y Vanessa (y otros que se unen de vez en cuando) caminamos, nos contamos nuestras cosas y arreglamos el mundo a golpe de paso y conversación. Salgo de mi casa en la zona comercial de mi ciudad, llego hasta una las mejores playas urbanas de España: la de Las Canteras a la que están todos invitados, llegamos hasta la punta final y seguimos hasta la zona rocosa del Confital. Desde la salida, hasta el obligado stop cuando llegamos a la verja que delimita la zona militar, es una hora de camino. Ahora, otra para volver. Pero, llegando al final, bordeando la costa, sube la montaña hasta el pueblo de Las Coloradas. Cada día que pasaba por allí me decía “tío, tienes que subir un día y coronar la cruz de la montaña”. Esta semana lo hice.
Me costó cuatro paradas. La falta de oxígeno, aumentada por la mascarilla, el sobrepeso, y la edad; le pasaban factura a mis piernas y a mis pulmones. Unas veces para coger aire y otras por el dolor muscular, tuve que hacer esas paradas: obligadas. Pero mi determinación era firme. Nunca he sabido hacer las cosas a medias. Si me propongo algo, me empeño hasta la extenuación. Y con decisión y paciencia, las dos armas más poderosas con las que he batallado en esta vida, logré la meta. Ahí estaba yo, cual Rocky Balboa, solo, en lo alto de la montaña con los brazos extendidos. Feliz de haber superado un reto que creía imposible.
Y como buen lector de la vida, recordé que tengo que seguir creyendo en que intentar las cosas es el primer eslabón para conseguirlas. Que con audacia se suben los demás escalones y que necesitamos los “descansillos” o los “rellanos” para descansar y seguir. Pero, sobre todo, descubrí ese día que, lo relevante no había sido subir la montaña, lo verdaderamente importante ese día había sido que en esas cuatro paradas que hice, la determinación no fue la de regresar, fue la de seguir adelante.